Artículo de Isidro Toro Pampols
Una de la búsqueda de la humanidad es conciliar la libertad de los ciudadanos con la necesidad de un orden social que garantice la seguridad y el respeto a las leyes.
Lo contrario conduce al desgobierno que finalmente termina en manos de un déspota salvador, un moderno cesar o en cualquier forma de autoritarismo.
La democracia es una aspiración no cumplida por compleja ya que trata de realizarse con seres humanos. Desde la Antigua Grecia, para colocar un tiempo de referencia, se trabaja el concepto y se ha aplicado con sus variantes, siempre imperfectas, pero con la clara visión de su perfectibilidad.
Una contradicción que han utilizado los adversarios de la libertad, con creces, es la propaganda en torno a las esquirlas brutales del capitalismo del siglo XIX que han proyectado, con ejemplos parciales, en el siglo XX e incluso el XXI.
El liberalismo, producto de las revoluciones inglesas del siglo XVII, norteamericana y francesa del XVIII e hispanoamericana del XIX, fue la base del orden legal que pretendía buscar una sociedad ajustada a derechos, que diera cobertura de justicia tal como se entendía en cada tiempo, con normas escrituradas en constituciones y sobre la base de un capitalismo en desarrollo en el campo económico.
El tema de la riqueza como sustento de la libertad individual no era central en el liberalismo. Tampoco establecía una relación directa entre distribución del ingreso como sustento de la democracia. Fue ingenuo al pensar que los individuos utilizarían la libertad que se les ofrecía: de contratación, propiedad, comercio con un Estado colocado allí, solamente, para garantizar la paz interna y la seguridad frente a potencias extranjeras; que lo anterior era suficiente para garantizar la libertad de los individuos, su desarrollo económico y social en un ambiente armónico y de respeto por el prójimo sin cometer abusos sobre la base de un poder financiero superior frente a otros. Finalmente se han dado cuenta que el «pez grande se come al chico» si el Estado no actúa.
Hay autores que afirman que era una reacción natural de los liberales de la época frente al mercantilismo, sistema que tenía en la intervención estatal una de sus columnas fundamentales.
Esta es la razón de las perturbaciones que ha tenido el liberalismo ayer, hoy el neoliberalismo, para poder llevar plenamente adelante su ideario ya que, en definitiva, tienen graves deficiencias para enfrentar los problemas sociales de nuestro tiempo.
Lo anterior no es causa eficiente para cercenar la libertad como pretenden los absolutismos endulzados con frases de igualdad social.
El planteamiento central es que sin economía no puede haber libertad, sin seguridad económica no puede haber libre albedrio y para garantizar lo anterior no se necesita un sistema político donde un solo gobernante o una elite que ejerza el control total sobre el Estado, con una caricatura de constitución y una oposición de opereta.
Se necesita una dinámica acción estatal reguladora de las relaciones de producción, que contribuya a la equitativa distribución del ingreso y de la riqueza en democracia.
Orden y libertad es la combinación que un grupo de pensadores utilizaron para sustentar una teoría que se conoce como economía social de mercado.
Su origen se sitúa en la Escuela de Friburgo, también llamada Escuela del ordoliberalismo fundada en los años 1930 en la Universidad de Friburgo, en Alemania, por el economista Walter Eucken y el jurista Franz Böhm. Esta escuela contribuyó con su pensamiento económico al llamado milagro económico alemán que sacó al país germano de la postración tras la II Guerra Mundial.
Estos pensadores formularon una “tercera vía” entre la ineficiente economía dirigida de corte marxista y la desfasada economía de libre mercado de perfil liberal.
Tras el escenario postbélico de Alemania, caracterizado por los fuertes controles económicos, propusieron el retorno a la libertad de mercado sin excluir del todo los controles en los sectores que consideraban poco competitivos, como la agricultura, energía, entre otros.
Un tema que nunca obviaron fue el de la equidad en la distribución de la renta y la instrumentación de ciertas políticas públicas encaminadas a la consecución del pleno empleo.
La idea no es transferir experiencias europeas de la mitad del siglo XX a nuestra realidad económico y social: lo primero es que no somos alemanes. Pero si es posible adaptar o “aplatanar” sus preceptos, darle oportunidad al emprendimiento no asfixiándolo con tributos que se hacen imposibles de cumplir y regulaciones que muchas veces es caldo de cultivo de corruptelas adelantadas por funcionarios inescrupulosos.
En un sistema de partidos que a lo interno pocos discuten ideas, el ordoliberalismo es un tema de interés por ser un marco de referencia para una alternativa posible frente a una sociedad caracterizada por un peligroso «orden en el desorden».
Veremos.
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